viernes, 13 de septiembre de 2013

LUME

 
    Hablemos sin subterfugios.

    Galicia está casi completamente quemada. No es solo lo que se ha quemado este año sino todo lo que se lleva quemando año tras año ante la estupefacción de personas sensibles y comprometidas con el medio ambiente, la resignación de la ciudadanía y la incapacidad del sector político y empresarial que no acaban de ver que en este caso no hay hambre hoy y pan mañana.

    He tenido ocasión de ver bosques en Alemania, Austria, Suiza y en Asturias y Cantabria. Me maravilló ver lo bien cuidada que está la naturaleza en todos estos sitios, la belleza que procura a su territorio, los recursos económicos que genera y la conservación de su biodiversidad. Sin embargo todas las personas provenientes de estos lugares que conocen Galicia con las que me he encontrado, todas, opinan que Galicia es un lugar muy bello, mágico, con una naturaleza suave e indómita a la vez.

    Hace años me sorprendió una pareja de Suizos que, estando de visita en mi aldea, expresaban que Galicia era bellísima…¡estábamos en verano y rodeados de incendios!. Dio igual. Al confrontar la diferencia en el cuidado del bosque entre los dos países señalaron que “si lo cuidasemos como ellos entonces seríamos mejores porque lo teníamos todo”. Creedme: cada verano me acuerdo de ellos. Y este no ha sido una excepción.

    Íbamos por la mitad de agosto y las autoridades se frotaban las manos diciendo que era el año con menos incendios de la historia (algunos llevábamos ya..). En un proceso de acción/reacción comenzó a arder por los cuatro costados. Y continúa… En todos estos años de grandes incendios -más de 40- hemos sufrido unas pérdidas incalculables. De todo tipo: ambientales, patrimoniales, faunísticas, bienes materiales, vidas humanas, etc.

    Pero, además, hemos tenido unos gastos también incalculables -por mucho que existan cuantificados en algún despacho- que, aún si pudiéramos decir exactamente a cuánto ascienden , solo por apagar y repoblar más tarde, lo que no podremos decir, a buen seguro, es en qué se hubiera traducido ese monto si lo hubiéramos gastado en otras cosas. En esas cosas que nos harían ser quiénes deseamos ser: becas, escuelas, universidades, centros de día, hospitales, residencias de ancianos, defensa del gallego, infraestructuras, bibliotecas, investigación, creación de empresas y un largo etcétera.

    En una palabra: no podemos hacer una aproximación virtual a lo que hubiéramos sido de haber invertido los recursos dedicados a apagar fuegos en las materias mencionadas arriba. Cómo sería Galicia, en qué nos hubiéramos convertido.

    Y ahí radica el auténtico problema. Un territorio, un país, conocido por su belleza, descrito por su cultura y por la de nuestro entorno como mágico, verde, de gente muy trabajadora, sacrificada, amable…..que se deja perder todo su patrimonio natural durante décadas. Un país que pierde varias veces: pérdidas materiales, de los diferentes tipos de bienes que constituyen su patrimonio tangible; pérdidas económicas al gastar en solo uno de los aspectos (apagar fuegos) unos recursos económicos que debería dedicar a hacerse a sí misma, a construirse para incardinarse en un mundo globalizado en mejores condiciones. Es la doble pérdida. Es tangible y más inmediata.

    Aunque hay todavía una tercera. Es la pérdida intangible, la de nuestra imagen de marca. La belleza del paisaje, el tierno colorido de los sotos de carballos y castiñeiros, la contaminación de los ríos, el empobrecimiento del suelo, de su naturaleza, sus gentes.

    Y aún otra cabe mencionar, la pérdida diferida. Aquella que consiste en contabilizar -si hoy se acabasen los incendios y no hubiese más- los recursos que no pueden generar los terrenos quemados, los bienes y las vidas perdidos, pérdidas que duran décadas.

    Afirmo que hemos llegado a un punto de inflexión: ya casi no queda nada que quemar, nada que no haya sido quemado en los últimos 40 años. No solo ya no nos quedan recursos tangibles, también comenzamos a perder los intangibles, nuestra imagen de marca.

    Ante ello caben dos preguntas. Una ¿vamos a hacer algo?. La otra, ¿qué podemos hacer?.

    Se necesita no solo políticas de todo tipo -preventivas desde luego- sino que, a mi juicio, se necesita la redefinición del vínculo que une a la gente con su entorno natural, formación de toda la población en cómo exigir políticas activas de cuidado forestal-aprovechamiento-prevención además de información sobre su responsabilidad jurídica en distintas situaciones que puedan producirse en estos procesos.

    Pero ¿vamos a pasar a la acción? ¿A responsabilizarnos de algo más que resignarnos al lamento o defender denodadamente nuestros bienes? Existe, a mi juicio, una cierta responsabilidad cognitiva que hace perdurar creencias como puesto que ya no se vive del bosque ya no hay que limpiarlo y acaba quemándose. Hay que desterrar la idea que subyace de la tierra no nos da nada, que para prosperar tenemos que marcharnos, emigrar, como se ha hecho durante generaciones, separarse del objeto amado.

    No, gallegos y gallegas, Galicia es lo mejor o puede serlo. Pero lo es hoy - de una manera real y no mágica- porque es todo lo que tenemos, es todo aquello que nosotros hagamos de ella. Al fin y al cabo nadie nos obliga a destrozarla, a quemarla, ni estamos en una situación de guerra donde el enemigo utilice los incendios como arma de batalla.

    Demos un paso al frente y ejerzamos nuestra responsabilidad.



13 de septiembre de 2013.

No hay comentarios:

Publicar un comentario