Esta
última semana ha sido pródiga en acontecimientos relevantes. Y no
solo por lo que en sí mismos significan sino por lo que, casi
imperceptiblemente, indican sobre cómo será nuestro futuro.
Me
refiero a la renuncia
de
la Presidenta de Andalucía a competir por la Secretaría General del
PSOE pero también a la ¿polémica? o debate social que, casi de
golpe, se ha instaurado en nuestras calles y plazas sobre Monarquía
o República, es decir nuestra forma de Estado, el pilar básico
sobre el que sustentar nuestra vida en común.
Aunque
puedan parecer muy diferentes estos dos acontecimientos tienen, a mi
juicio, un denominador común: que la ciudadanía ha recuperado o es
consciente por primera vez de su papel y de sus derechos. Y es por
ello que no está conforme con que se le considere como una mera y
vistosa comparsa que ha de acompañar la celebración o instauración
de acontecimientos e instituciones que, a la postre, han de ser
fundamentales en su futuro.
En
el caso de la competición por la Secretaría General del PSOE
-siempre siguiendo las informaciones que han trascendido a la prensa-
parece que al no ser posible realizar la elección
a
la vieja usanza, es decir, acuerdo o pacto mayoritario entre los
barones territoriales para luego ser única candidata y ganar, en
ambos tramos, por aclamación, ha decidido no presentar su
candidatura. Este caso afectó más directamente a los militantes
socialistas pero también a la sociedad en su conjunto pues una mayor
democratización de los partidos políticos impulsa un incremento de
la democracia y la participación en todos los niveles posibles.
En
el segundo caso, provocado por la abdicación del Rey Juan Carlos,
irrumpió abruptamente algo escondido en la memoria de los españoles
mayores y de los que éramos adolescentes cuando fue coronado: el
hecho de que no pudimos elegir, venía en el
paquete constitucional y
quienes pudieron votar la constitución no pudieron pronunciarse al
respecto.
Lo
curioso y reseñable es que, al mismo tiempo, irrumpe entre la
inmensa capa de población que no conoció más que este sistema -que
saben heredado en muchos aspectos de la dictadura- la necesidad de
expresar su opinión al respecto. Uno de ellos me decía: es que a mí
nunca me preguntaron en qué tipo de estado quería vivir. Otra me
comentaba: es que nuestro país no es el mismo caso que Inglaterra
donde viene la monarquía ejerciendo desde hace siglos sino que aquí
hemos tenido interrupciones de todo tipo para, al final, tener una
monarquía heredada
de
la dictadura. Otro más explicaba: es que es ahora el momento de
expresarnos, un Rey por definición ha de serlo para toda la vida, no
tenemos nada en contra de Felipe, pero queremos que se nos consulte.
A
partir de aquí, caben todo tipo de interpretaciones y posiciones,
muchas de ellas incentivadas -conviene no olvidarlo- por las
actuaciones
de
los miembros de la familia real en los últimos años que han
merecido el rechazo de la población española, incluidos los
monárquicos, que pasa por aquello de No
con mi dinero.
Es
bien conocida la posición de los partidos tradicionalmente
monárquicos como el PP y la de partidos que expresan abiertamente
una opción republicana, todos aquellos a la izquierda del PSOE.
Pero, y aquí la sorpresa, éste último dice tener alma
republicana pero no ejercer de ello.
Lo cual no es más que una contradicción imposible de resolver por
lo que más valdría decidirse a seguir la definición estatutaria y,
ya que hay mayoría del partido monárquico, abstenerse o votar en
contra de la ley de abdicación.
Yendo
un poco más allá ¿qué está pasando aquí? A mi juicio es el
miedo. Miedo ¿a qué? Pues entre otras muchas cosas: el vacío de no
saber qué hay después,es decir la incertidumbre que exige mucho
esfuerzo gestionar; el miedo a no ser aclamado, es decir, de perder
la posibilidad de formar parte de un grupo tan
mayoritario que
vuelva imposible de discutir o modificar cualquier posición que se
adopte. No nos engañemos, esta ha sido la posición del PSOE desde
la transición. Ha formado parte indiscutible del establishment
(aunque se abstuvo de votar la Monarquía, según consta en las actas
que conviene releer) así que, en cualquier debate de la forma de
estado, siempre se situaba en
la parte buena.
Ahora,
en la segunda década del siglo XXI, las circunstancias han cambiado
y mucho. Y, lo que es aún más relevante, han cambiado mucho en todo
el mundo al mismo tiempo. De modo que, aún con las diferencias
políticas y económicas, hay mucha más transmisión de información,
cohesión entre los distintos movimientos, creación de opinión de
la que hubo nunca en la historia. Por tanto, resulta muy difícil
ocultar información que nutra el discurso, comunicación de acciones
y opiniones, impedir el debate, la protesta y la exigencia de ejercer
el derecho democrático de la expresión.
Salvando
las distancias, lo que ocurre con la exigencia de un Referendum para
decidir la forma de estado ocurre -ocurrió- también con las
candidaturas a la Secretaría General del PSOE. Nadie puede ya poner
puertas al campo en la era de la comunicación digital, salvo
supresión de las RRSS como en ciertos países a los que no queremos
parecernos, la gente es consciente de un nuevo deber que no es otro
que el de expresar su opinión en todos aquellos temas que les
afecten. Y lo van a hacer de un modo u otro, por todos los medios a
su alcance y saltándose todas las barreras que se pongan. En este
caso se hubiera preparado una gran protesta de militantes y
simpatizantes que hubiera dado al traste con la credibilidad de la
candidata aunque hubiera sido elegida por una mayoría de aquellas
denominadas búlgaras.
Lo que, a la postre, hubiera traído al PSOE muchos más perjuicios
que beneficios.
Quien
no comprenda esto y no sea capaz de escuchar, debatir, asumir y
luego decidir no tendrá un lugar en un tiempo nuevo de avance y
progreso por mucho que pueda vivir muy cómodamente en el tiempo
anterior de las componendas y decisiones secretas que desembocan en
aclamaciones. Y ello tanto si es un jefe o una jefa de partido como
si es un rey o reina. Los tiempos nuevos requieren comportamientos
nuevos. Es más, solo sabremos si hemos llegado a ese tiempo cuando
este tipo de cosas ocurran. Hasta entonces seguiremos instalados en
la cómoda caja de confort que, en este campo de la política, se
llamó La Transición.
Termino
con el título de una canción que -no por casualidad- fue el himno y
la bandera de aquellos tiempos de los que ahora hemos de salir si
queremos que España sea un gran proyecto que acoja a todos sus
ciudadanos. Se llamaba HABLA, PUEBLO, HABLA y estaba cantada por el
grupo Jarcha, el icono de aquellos -hoy viejos- nuevos tiempos.
Habla
pueblo habla
tuyo es el mañana
Habla y no permitas
que roben tu palabra.
Habla pueblo habla
habla sin temor
no dejes que nadie
apague tu voz.
Habla pueblo habla
este es el momento
no escuches a quien
diga
que guardes silencio.
Habla pueblo habla
habla puebo si
no dejes que nadie
decida por tí.