Dudaba
antes de comenzar a escribir sobre cómo podría calificarse la
actuación de las autoridades políticas y administrativas en el
asunto Ébola.
Pensé en un primer momento que estábamos ante un sainete aunque no
acababa de decidirme ya que le falta su nota de humor –más bien
tiene un carácter trágico- que suelen tener estas pequeñas piezas
dramáticas. Vino en mi auxilio el Diccionario de la RAE que muestra,
entre las acepciones del vocablo, la americana de Argentina, Cuba y
Uruguay, países en los que un sainete es un acontecimiento o
situación grotesca o ridícula y a veces tragicómica.
En
este acontecimiento se dan las características que en nuestra
cultura se atribuyen al sainete. Entre ellas está añadir peripecias
y acciones varias que, sumadas a la línea argumental inicial, no
llegan a variar el final de la misma a pesar que, por el camino
puedan provocar, chocar, a veces divertir, sino que resultan ser más
de lo mismo..
Eso
es, precisamente, lo que ocurre en este caso desde que el lunes saltó
a la palestra y fue conocido por la ciudadanía a través de los
medios de comunicación tras una rueda de prensa de la ministra
responsable. Aunque es preciso advertir que el sainete comenzó
antes, incluso, mucho antes de ese momento.
Comenzó
el día en que alguien, E.Aguirre, desmontó el Hospital Carlos III,
el único de referencia en nuestro país para enfermedades
infecciosas y tropicales. Era de referencia pero no era del máximo
nivel (Nivel IV) sino solamente de nivel III. Desde entonces nadie
ha reflexionado sobre la irresponsabilidad que supone que un país
como España, que es la puerta de entrada de África hacia Europa
–hay otras puertas pero ninguna tan directa-, no cuente con un
centro especializado en este tipo de problemas sanitarios para
atender las crisis sanitarias como la actual y hacer investigación.
O eso parece, al menos.
Continuó
los días –muchos- en que nadie del mundo político, representantes
electos en el Parlamento y en la Asamblea de la CAM, cada uno en
función de su ámbito de competencias, reclamó la perentoria
necesidad de que nuestro país contase con un centro de referencia de
máximo nivel –nivel IV- para tratar este tipo de enfermedades.
Siguió
el día en que la máxima autoridad sanitaria de este país –la
Ministra Ana Mato- decidió traer a los religiosos infectados por la
enfermedad a sabiendas de que no existía un centro de referencia con
los medios imprescindibles –personal debidamente preparado y medios
técnicos de máximo nivel y protección- preparados para tratarlos.
Prosiguió
con la falta de formación especializada al personal sanitario que
iba a atender a los religiosos. En Alemania, incluso en Cuba, se les
prepara de forma exhaustiva, durante un tiempo amplio (5 días según
algunas informaciones), además de proporcionarles los mejores EPI
(Equipos de protección individual).Ahora estamos viendo como en
prensa se refleja el hecho de que los trajes de nuestros sanitarios
eran de nivel 2 siendo el nivel 4 el necesario para protegerse contra
el Ébola.
Se
extendió el sainete con peripecias como la actuación de la
Fiscalía, a la que habían acudido los trabajadores de La Paz
quejándose de la falta de medios técnicos y preparación para
atender esta enfermedad, y el juez no atendieron sus quejas,
investigando sobre su contenido y la obligación legal de los
responsables sanitarios sobre todos los aspectos del problema
planteado. Como consecuencia directa de este mirar para otro lado la
ciudadanía quedó desprotegida a pesar de que la Fiscalía es el
órgano especializado encargado de velar por el cumplimiento de las
leyes vigentes. No me cabe la menor duda que una actuación más
decidida por parte de estas instituciones hubiera evitado alguno de
los problemas que hoy tenemos.
Se
extendió la peripecia cuando las autoridades sanitarias
interpretaron de forma laxa el protocolo de la OMS que manifiesta que
sus indicaciones no impiden otras que puedan tomar los gobiernos, o
lo que es lo mismo, les está atribuyendo carácter de mínimos y
autorizando a los gobiernos para establecer más. Cosa que ni el
gobierno ni la CAM hicieron. Esto se ve claramente en las
manifestaciones que señalan que como la enfermera no tenía el grado
de fiebre establecido en el protocolo OMS -38,5 grados- no pensaron
en el Ébola. Se saltaron las más mínimas reglas de la prudencia
pues si había posibilidad de contagio de Ébola cualquier gradación
de la fiebre debería de haber alertado.
Siguió
aumentando el día en que, tanto el Servicio de Protección de
Riesgos Laborales de la empresa a la que pertenece la trabajadora,
como los delegados de salud que la representaban, actuaron
alegremente no
dando importancia a las quejas de la trabajadora que les llamó
indicando que tenía algo de fiebre y, en lugar de aconsejar su
ingreso inmediato, la remitieron a su ambulatorio y, más tarde, a su
hospital de referencia. Es decir, actuaron saltándose la legislación
de riesgos laborales que indica que si bien no pueden evitarse
totalmente los riesgos el objetivo es tratarlos para minorarlos lo
máximo posible. En este caso las actuaciones que conocemos
demuestran que no hicieron sino aumentarlos.
Y
continuó –continúa- con la deleznable actuación del Consejero de
Sanidad de la CAM y de diversos responsables de la misma que han
tenido actuaciones indignas de los servidores públicos y de los
responsables políticos cuyo sueldo sale de los presupuestos públicos
y, por tanto, de los impuestos pagados por todos. Entre éstas
destaca que, tanto el médico como la paciente contagiada, se
enteraron por la prensa de que el segundo test había dado positivo.
Le siguen hechos como que los equipos de protección adecuados
comenzaron a distribuirse cuando ya llevábamos 4 días con el
problema, de que no se ha dado de baja a los sanitarios del hospital
al que acudió la paciente, no se ha tranquilizado a la ciudadanía
con información seria, rigurosa y continuada, que no se sabe quien
hay al mando, que aquellos que toman la palabra y parece que están
al mando no dicen más que lugares comunes, expresados con inaudita
tosquedad e injusticia, etc, etc.
Y,
mientras todo esto continúa y me temo que permanecerá un tiempo,
aquí solo hay una heroína y un héroe –por ahora- que son la
enfermera Teresa Romero y el Dr. Parra. La primera por arriesgar su
vida por ayudar al prójimo sabiendo que contaba con mínima ayuda
por parte de su empresa. El segundo por arriesgar su vida al
atenderla y ser el único que se hizo cargo de la situación y
comprendió su relevancia, también por preocuparse de cuidar a sus
compañeros de trabajo evitando en lo posible su aproximación a la
paciente y demandando de forma rotunda equipos de protección de
máximo nivel.
Por
hacer esas cosas ella, la paciente, además de luchar por su vida,
está siendo denostada con una auténtica campaña difamatoria que
tiene el hedor de tiempos que creíamos olvidados, donde la víctima
es siempre la culpable. Él, el médico del servicio de urgencias, ha
tenido que ingresar a petición propia, tras viajar en transporte
público, en el Hospital Carlos III como medida preventiva porque a
nadie –repito: a ninguna de nuestras autoridades- se le ha ocurrido
que este médico tras 16 horas de atender a su paciente, sin equipo
de protección adecuado, y me temo que también sin formación
adecuada, pudiera no solo haberse contagiado sino poner en peligro de
contagio a todos los demás pacientes que pudiera atender durante los
21 días que tarda en contagiarse la enfermedad.
Con
todos estos elementos de incompetencia, caspa, mugre, doble moral,
machismo, clasismo, echar balones fuera, soberbia, estereotipos
sociales…lo dicho.. ¿Es o no es un sainete?