viernes, 19 de abril de 2013

UN TRISTE ADIÓS


   Iniciar un blog es un momento especial.Una ha pensado decenas de veces en cual sería el tema de su primer post. Ha esperado, incluso, el momento adecuado. Más cuando llega el tiempo oportuno para hablar de su asunto, bruscamente, irrumpe otro, materia aún no explorada pero mucho más sentida de forma que los planes de inicio varian. Ese giro me ha ocurrido ayer así que comenzaré esta comunicación con un tema no previsto.

   Confieso que soy una cinéfila.

   Declaro mi aficción a los productos de Alta Films.

   Asumo mi adicción a los Cines Renoir, en Madrid.

   La noticia triste que ayer contaba la prensa sobre la desaparición de Alta Films y su sección de proyección Cines Renoir (algunos de ellos) es para mí una de las peores noticias culturales que esta crisis podría traernos.

   Para la gente culturalmente abierta, intelectualmente curiosos, amantes del cine..los cines Renoir constituyen sin duda el mejor instrumento para el disfrute del cine en su más amplia expresión. En cuanto a mi, mi cine en el mundo , mi sala favorita es el Renoir de Cuatro Caminos en Madrid.

   Enrique González Macho y Alta Films -@AltaFilms-
 elaboraron un método infalible para gozo de los amantes del cine: proyecciones en versión original, exhibición de cintas extranjeras, difusión de cinematografías extrañas aquí, films de autor que de otro modo no hubieramos disfrutado, directores noveles, actores desconocidos, películas joya por su rareza, etc. A lo que hay que sumar la pasión bien trabajada mostrada con el cine español; en sus salas se proyectaron los primeros filmes de Itziar, Gracia, Pedro...

   Nada de lo proyectado en los Renoir dejaba indiferente. Por el argumento, por escuchar la voz real de los actores, por la visión sobre el tema aportada por el director y otras características técnicas de las que hablarán, sin duda, los más entendidos.

   Y eso se notaba en la sala. Cómo? pues en la actitud de los espectadores, un respeto casi sagrado, puesto de manifiesto en que los Renoir son casi los únicos cines en Madrid donde aún resulta fácil ver los genéricos. Sí, esos créditos finales donde se hace honor a la profesión. A todos los trabajadores y empresas que participan en la elaboración de un film. A ellos, tan olvidados, y sin embargo indispensables para mantener viva nuestra industria audiovisual. Y, también hay que decirlo, parte del mercado laboral español..!

   Mientras podamos, seguiremos disfrutando de este tipo de salas. Para los cinéfilos y las personas de mente abierta son una especie de regalo, un trocito de vida. Pero, no nos engañemos, vamos hacia la desaparición de tantas cosas... que me gustaría acabar este post planteando una reflexión:

   Cuando no tengamos la posibilidad de ver otros films que los producidos por la industria hollywoodiense, distribuidos por majors, ajenos a otros planteamientos distintos del económico...seremos más ricos o más pobres como cultura, como personas? qué alimento daremos a nuestra alma, a nuestro intelecto?

    

1 comentario:

  1. Un elogio de la tristeza

    Gracias por compartir un momento especial.

    Conozco la sensación de pensar y repensar en escribir sobre algo y preguntarse si realmente le interesará a alguien, si lograremos hacerlo bien, si seremos capaces de encontrar la intermediación adecuada para llegar a nuestro lector, si tenemos la claridad necesaria para expresarnos o más bien escribimos para entendernos, si nos proponemos ajustar alguna cuenta personal o lanzar al mar una botella con más preguntas sobre el camino que coordenadas para un destino.

    En fin, dudas y temores, hasta que aparece “algo”, que desborda el vaso y nos empuja a dar el primer paso. En tu caso fue la tristeza la que, en un crujido del alma, rasgó el dique y por eso merece mi elogio, te impulsó a desplegar generosamente una pizarra enmarcada por la melancolía de una cinéfila al borde de la abstinencia pero que deviene la posibilidad que ofreces de ejercer una microresistencia. Al fin y al cabo otros elogiaron a la locura o a la culpa o a la guerra o sea que mi elogio de la tristeza no requiere de una justificación demasiado fundada. Si alguien la necesita la encontrará en la poesía, en la música o en cualquier mirada de algún cuadro de la condición humana donde siempre la tristeza y la alegría, junto a otros, serán colores primarios.

    Pero hablamos del vaso de la tristeza y de eso, ay, los argentinos sabemos algo. Como ya habrás notado, somos los primeros en todo y no solo en el dulce de leche. Fíjate, ahora hasta habemus papa. Hubo una época en que éramos famosos en la TV mundial cuando hordas de hambrientos se mostraban robando vacas de un camión de ganado. Recuerdo tu comentario ante mi desazón recordándome que en la historia hay ciclos y no hay mal que dure cien años. Yo sentía que nos hundíamos en el Atlántico. Una vez más, tuvisteis razón, bruxa.

    Ya en la década de los 90, cuando éramos el alumno preferido del neoliberalismo como esos hiperadaptados que los maestros adoran y los compañeros odian, yo veía desaparecer con tu misma desazón de hoy no solo los cine clubs donde en épocas de prohibiciones pudimos ver tantas obras de arte, sino simplemente todos los cines. Donde antes Gilo Pontecorvo nos mostró La Batalla de Argel o Mario Monicelli nos regalaba Los Compañeros o vimos Nos habíamos Amado Tanto (C`eravamo tanto amati) de Ettore Scola o todo Fellini o Bergman o Kurosawa y tantos otros, como los viejos cines ocupaban superficies muy grandes el teorema de la ganancia por encima de todo los transformaba paulatinamente en Supermercados o galerías comerciales o en el colmo de la ironía invirtiendo aquel interior oscuro y misterioso donde cientos se sentaban en una caja negra esperando que un telón hacia la magia se corriera, fueron reemplazados por un frente transparente obscenamente iluminado donde un pastor electrónico rodeado de un coro te ofrecía la felicidad eterna cantando un gingle pegadizo.

    Aquí no se cerraban los cines de culto, aquí se cerraban todos. En Córdoba, una ciudad de un millón y medio de habitantes llegaron a funcionar tres cines. Hoy la cosa cambió, los cines adaptaron el tamaño de sus salas al nuevo mercado, hubo un reverdecer de las pantallas, algunos se cerraron irremediablemente pero nuevos se abrieron, donde el cine nacional compite en desventaja con las cadenas hollywoodenses y por ahí aparece algo bueno. Pero el cine se salvó

    A tu pregunta final no me animo a responderla. La avalancha de tecnología nos hará más cultos? Veremos La Strada en 3D? Zampanó y Gelsomina transportarán en su carromato efectos especiales? Quizás la pregunta sea cómo desplegar dignamente la condición humana en el tsunami tecnológico. No crees?

    Felicitaciones por el blog y una vez más, gracias
    Un beso

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